Teniendo en cuenta que el lenguaje es uno de los medios fundamentales a través del cual representamos e interpretamos la realidad, y por tanto nos hacemos una imagen del mundo y de lo que somos, debemos ser conscientes de que olvidar, ocultar o no nombrar a las mujeres tiene sus repercusiones, es decir, omitir su presencia facilita que lo que hagan y digan pase desapercibido, que no se valore las cosas que hacen, que no se aprecien los trabajos que muchas mujeres, a lo largo de la historia, han hecho para el mantenimiento de su casa y de sus criaturas, que no se tengan en cuenta todas las horas que muchas han pasado trabajando los campos, cuidando a los niños, estudiando, escribiendo, pintando…
Por eso, si queremos que nuestras hijas se sientan nombradas, que no se pregunten si se refieren a ellas o no, es preciso usar un lenguaje que contemple su existencia, su presencia. De modo que hablar en femenino y en masculino no es una duplicación ni una redundancia, es nombrar lo que hay, que hay hombres y que hay mujeres. No se está, por tanto, repitiendo ningún término, porque no son sinónimos.
La lengua cambia y evoluciona, recoge las demandas y necesidades de las y los hablantes y se adapta a una realidad que se va trasformando. Podemos poner un ejemplo de un cambio interesante: lo que antes llamábamos Asociaciones de Padres de Alumnos, ahora se llaman Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos. ¿Qué cambio hemos introducido? Sencillamente se muestra una realidad que antes quedaba silenciada porque no se nombraba, a saber, que en estas asociaciones hay madres. El lenguaje no sexista pretende, sobre todo, ser un reflejo del mundo, inapelable en casos tan evidentes como el del ejemplo, ya que si la presencia femenina en estas asociaciones es tan notable (muchas están sostenidas principalmente por madres), no parece lo más indicado hacer como si no existiera. Sin embargo, aún faltaría nombrar a las alumnas, lo que constituye una clara muestra de que estamos en un camino que se está recorriendo poco a poco, aunque de un modo inexorable porque, como acabamos de ver, las palabras que utilizamos constituyen el soporte y la estructura desde la cual nos hacemos una imagen de la realidad, y la situación del sistema educativo español ha cambiado mucho, como tantas otras cosas, y continuará cambiando. No son transformaciones al azar, esto es importante, recogen y se ajustan a nuestras necesidades.
¿Hasta qué punto es importante utilizar un lenguaje no sexista?
El lenguaje no sexista permite expresar la presencia femenina y, por ello, reflejar mejor la realidad, porque silenciar lo que las mujeres hacen es falsearla. No obstante, quisiera hacer aquí una aclaración: utilizar un lenguaje no sexista no quiere decir emplear una palabra primero en femenino y luego en masculino, y ya. Hacerlo de este modo es desconocer el sentido de un lenguaje no sexista, aparte de que la afectación y teatro de lo que se ha dado en llamar “lenguaje políticamente correcto” se notan enseguida. La trivialidad de los discursos cuya única preocupación es cumplir con unas consignas marcadas es percibida rápidamente.
El lenguaje no sexista es otra cosa, su aspiración es mostrar lo que hay, y para ello hay muchos recursos, entre ellos también está decir una palabra en femenino y en masculino, pero ese no es el único modo de incluir a las mujeres en lo que decimos, en lo que transmitimos. Contamos, además, con la posibilidad, por ejemplo, de utilizar términos que incluyan a ambos sexos, o cambiar la estructura de la oración para emplear palabras que nombren a hombres y a mujeres. La lengua nos ofrece la posibilidad de elegir entre muchas opciones para decir algo, de cada cual depende optar o no por un uso del lenguaje más adecuado con la realidad.
No es difícil hacerlo, y hay bastantes recursos disponibles, veamos algunos ejemplos:
- Uso de genéricos y abstractos que se refieren a ambos sexos (alumnado, profesorado, dirección, niñez…).
- Sustituir los adjetivos por sustantivos neutros (en lugar de decir “son muy listos” se puede decir “tienen mucha inteligencia”).
- Utilizar pronombres relativos como “quien” o “quienes” (decir “quienes hayan hecho los deberes” y no “los que hayan hecho los deberes”).
- Intercalar sustantivos genéricos ante una palabra que no incluya a las mujeres (en vez de “los enfermos” decir “las personas enfermas”).
- Decir un término en masculino y en femenino (“señoras y señores”).
- En los impresos y en el lenguaje administrativo se puede acudir a la barra (“/”) o a la arroba (“@”) para nombrar el masculino y el femenino, siempre que sean textos que no vayan a ser leídos en alto o que no se puedan personalizar. Es decir, si son plantillas de ordenador que se pueden ajustar a la persona, lo mejor hacerlo y poner todo el documento acorde con su sexo.
En definitiva, podemos decir “alumnado” en lugar de “alumnos”, o “infancia” en lugar de “niño”, pero hay otras posibilidades y debemos ver si el cambio se adecúa al contexto, porque también podemos decir “alumnas y alumnos”, en el primer caso, o “criaturas”, en el segundo. Es importante saber que no son cambios automáticos, es preciso tener en cuenta la situación, de otro modo quedará artificial.
Fuente: CEAPA – Coeducación e igualdad de oportunidades.
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