Hablar de mujer con discapacidad es, hablar necesariamente de una “doble marginación”: son mujeres “doblemente” azotadas por injusticias sociales propias de las que se aplican a las personas con discapacidad, por ser consideradas tradicionalmente como “discapacitadas”, tales como exclusión de los espacios habituales, infravaloración de la propia persona con discapacidad, y de sus capacidades...; y, por las injusticias propias por el hecho de ser mujeres. Es lo que se denomina Teoría de la discriminación múltiple. Hay Mujeres con discapacidad que padecen más de dos discriminaciones: mujeres de otras etnias con discapacidad, mujeres de otras culturas con discapacidad....; así como también puede reflejar con mayor certeza el hecho de que, en función de la discapacidad que tenga una mujer, está más o menos excluida del discurso de la mujer con discapacidad en general.
Si no aprendemos a ser más cuidadosas, y cuidadosos, hablar en estos momentos de mujer con discapacidad se reduce prácticamente a mujer con discapacidad física, blanca, occidental, heterosexual, de clase media, de mediana edad, y de tradición judeocristiana. Así, si tanto la discapacidad, por un lado, como el hecho de ser mujer, por otro, ya de por sí suponen enormes actitudes injustas por determinados sectores de población, ni qué decir, cuando estos dos factores se concentran en un solo ser humano.
Contrariamente a lo que comúnmente podríamos entender, ya que las personas con discapacidad, especialmente las mujeres, nos desarrollamos y movemos en entornos que propician la sobreprotección desde nuestro núcleo familiar más inmediato hasta espacios institucionalizados ,hospitales, centros, residencias... que han sido creados, al menos en principio, para asegurarnos un determinado bienestar, hay que reconocer que las mujeres con discapacidades sufrimos violencia de todo tipo, a pesar de la aparente sobreprotección; es más, cuánta mayor discapacidad tenemos, más “carne de cañón” son de sufrir violencia física, psicológica y/o sexual, porque mayor es también la sobreprotección en la que se ven envueltas.
1. Sufren mayor “sobreprotección”, si cabe, tanto en el entorno familiar como en espacios institucionalizados.
2. La sobreprotección genera mayor dependencia, moral y física, con respecto a quienes les cuidan/se encargan de nosotras.
3. A su vez, esta dependencia moral y física imposibilita una independencia económica.
4. Al mismo tiempo, esta sobreprotección produce que tengan una muy baja autoestima, al igual que se les perciba como “mujeres devaluadas”.
5. Tanto la baja autoestima, así como la “devaluación social” que padecen en términos generales, hace que no se les considere válidas para ser amantes, esposas, ni madres.
6. La excesiva devaluación social que configura nuestra realidad más inmediata, les deja en gran indefensión frente a las diversas acciones violentas que pueden sufrir.
7. Indefensión y vulnerabilidad se dan de la mano en las víctimas de actos violentos.
8. La falta de una buena cobertura de protección social propicia que las mujeres con discapacidades puedan ser víctimas de actos violentos con gran facilidad.
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